Siempre me gusta recordar la vez que un amigo, hospedandose en una casa anglosajona por un mes, 'apagó' el reloj-alarma de la mesilla pensando que era su balón-alarma del mundial de la France 98'. Ocurrió la primera mañana y lo 'apagó' para siempre.
Mi alarma, en cambio, siempre ha sido más sencilla. A las 7.55 de la mañana sonaba ese pitido durante dos segundos y acto seguido se encendía la caja-tonta. Programada desde hacía lustros, solía escuchar en mis últimos minutos de gloria matutina, los kamekamehas de Goku, los últimos inventos de Doraemon, e incluso llegué a escuchar chillar a un Sin-Chan que no me hacía gracia.
Dejé de ponerla cuando las series niponas perdieron todo su encanto.
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¿Por qué hay un miedo innecesario a los fantasmas?
Los mismos que robaron la dignidad a unos cuantos conocidos que bien podrían hacer apariciones estelares en Cuarto Milenio, ¿Tuvieron tambien que otorgar la fama a los Ghostbusters?
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En fín, una larga mañana escribiendo cosas absurdas en una servilleta con lamparones de aceite no da mucho de sí.
Aunque aquella mañana se planteaba diferente, lo empecé a mirar todo con otros ojos.
No parecían ya tan trágicos los problemas, incluso no parecían problemas, me sentía raro, como somnoliento y a la vez con una claridad innata en mi mente.
Parecía que todo podía volver a la normalidad anómala. Era la hora de volver a programar mi alarma.
.Puede uno esperar segundos, minutos, horas, décadas... pero cuanto antes se encuentre el objetivo, más rápido se podrá triunfar en el camino
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